

Pop Art
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Por definición, la trinchera fue siempre el hábitat natural de Babasónicos. Durante sus primeros diez años de vida, fue el lugar desde donde el grupo pudo llevar a cabo su plan del caos controlado, un espacio a través del cual forjar una identidad sin necesidad de reclamar un sentido de pertenencia. Una vez en el centro del mainstream, la trinchera pasó a ser sobre todo discursiva, una manera de provocar un incendio sin necesidad de encender una sola llama. Ahora, con tres décadas de recorrido y después de que una pandemia pusiese al mundo en pausa, su primer disco de estudio en cuatro años luego de Discutible tiene tanto de invitación al movimiento como también de reflexión necesaria después de un suceso global del que nadie salió indemne.
Babasónicos gestó, compuso y grabó las canciones de Trinchera entre 2020 y 2021 en Juno, su propio estudio.El recorte temporal no es azaroso: aunque no incluya una mención explícita en ningún momento, las 11 canciones del disco están atravesadas por un suceso que marcó la agenda del planeta entero. Meciéndose entre un beat bailable sutil, palmas robóticas y una guitarra entrecortada, “Mimos son mimos” parece sentar las bases de un trip noctámbulo, hedonista y también arrogante (“El perdón tiene un sabor que nunca supe conocer porque nunca lo tuve en la boca”), hasta que “Paradoja” arroja la primera pista. Hermanada rítmicamente con su antecesora, el tema extiende la invitación al baile no solo como celebración, sino también como antídoto ante la realidad de la finitud humana. El propio Dárgelos convierte en el tema la incertidumbre en certeza: lo que en un primer momento es “Aunque vaya a morir, si es que voy a morir”, al instante se reformula en “Sé que voy a morir”.
Aunque la muerte siempre sobrevoló la obra de Babasónicos, para su principal compositor parece haber cobrado una relevancia extra después de que, tal como lo dijera en su entrevista en Caja negra, el tema pasase a estar instalado en la cotidianeidad que no tenía desde tiempos de guerras mundiales. No es casual entonces que incluso cuando la búsqueda de placer se vuelve explícita en “Bye Bye”, una frase como “Hazme el amor, pegate a mi si este mundo sigue en pie” amerite una segunda lectura. Con su cadencia hipnótica de balada setentista procesada a través de un sintetizador monofónico, “Vacío” parece seguir la línea temática desde la idea de trascendencia, al asegurar que “somos como islas que naufragan como estrellas a través del tiempo”.

Con voces sampleadas que se entrecortan y amontonan sobre un beat disco, “Anubis” evoca al dios egipcio encargado de llevar a los muertos ante Osiris, mientras la voz de Dárgelos suena desde un vocoder que parece haberse puesto a funcionar en modo aleatorio. Poco después, “Mentira nórdica” arroja una de las mejores frases del disco (“Voy a parpadear en clave morse hasta hacerte entender de qué hablo”) mientras la canción crece en un clima nebuloso hasta adoptar la forma de una canción pop con sintetizadores que suenan como árboles cortando el viento en un viaje a velocidad crucero. En el medio de ambas, “La izquierda de la noche”, una declaración abierta al placer que produce el sabor artificial de todo eso que no se halla de día.
Cerca del final, “Madera ideológica” se perfila como una canción de cuna con unas pocas notas tocadas en un glockenspiel y unas cuerdas emuladas, hasta que el sonido de lluvia borra todo indicio de tranquilidad y vuelve a apuntar a la pista mientras plantea la duda de por qué a los otros “le pedimos más de lo que pueden dar lo que sueñan que tienen”. En medio de este tren de conceptos, “Viento y marea” vuelve a llamar a las cosas por su nombre, y también sintetiza treinta años de actitud babasónica en su letra (“Se me avecina un tsunami de miedo pretendiendo un final indecoroso, y mientras tanto solo busco las llaves del Edén aunque se me vaya la vida en buscarlas”) y también parece marcar distancia del resto al afirmar que “”Puede ser que la lluvia se convierta en lodo y brille como falso oro”. En el cierre, “Capital afectivo” desarrolla un suspense de menor a mayor, la historia de un mundo huxleyiano “donde todo parece perfecto como droga de diseño que no surte culpa”, y una frase que parece resumir cuál fue el motor creativo de Trinchera por si no había quedado claro: “¿Quién notará que me fui, quien llevara la cuenta de esas cosas?”.