

Canary Records
(35 votos)
Según sus propias palabras, en 2019 Sergio Rotman se traicionó a si mismo por partida doble. En un mismo año, el cantante, guitarrista y saxofonista no solo reunió fugazmente a Cienfuegos, la banda con la que había prometido no volver a tocar, sino que además publicó su debut como solista después de tres décadas de integrar y liderar proyectos colectivos. En ambas instancias, el postpunk apareció como denominador común, una manera de sobrellevar la angustia existencial ante una finitud innegociable sin caer en la ridiculización ni el sufrimiento eterno. Lejos de tomar distancia, su segundo trabajo en solitario profundiza esta veta, donde la belleza parece manifestarse sólo cuando entra en crisis con todo lo luminoso, y en la que la mejor manera de hacerlo es abordando al género desde todas sus variantes posibles.
Rotman compuso el repertorio de Odio durante los meses más crudos del aislamiento y lo encaró como un disco con una suerte de elenco rotativo en las seis cuerdas. Con una base rítmica estable, repetida de su álbum anterior (Gabriel Muscio en batería y Álvaro Sánchez Guillaumet en bajo), el saxofonista de Los Fabulosos Cadillacs decidió que cada tema tuviese las guitarras a cargo de un músico diferente. Así, Pablo Martín, Hernán Espejo, Ariel Minimal y Gonzalo Campos encabezan un seleccionado de músicos que no sólo comparte el protagonismo sino que además se justifica en el aporte con el que cada uno puede llevar la canción a un terreno propio.
En una suerte de viaje pop en tonalidades sepia, “Diamante” tiene a Sergio Rotman a dúo con Mimi Maura mientras Leroy, el hijo de ambos, llena con el teclado los espacios que dejan vacíos los acordes suspendidos de Martín. “Aves de rapiña”, en cambio, apuesta por un post punk más opresivo, con Saúl Díaz de Vivar (ex Los Pillos y actual Los Sedantes) desplegando su legado en tiempo real, en un viaje iancurtisiano que termina con delays a cinta y una enseñanza que pone las cosas en su lugar a quien se cree predador en un ámbito hostil (“Es hora de decirte cómo es / Sos la presa, de repente lo sabés”).

Entre oscilaciones, golpes de timbales y un bajo caminante, “Cielo parcialmente nublado” suma dub asfáltico a la ecuación. Florián Fernández Capello se carga unas pistas de guitarra construidas con economía de notas y sobreabundancia de reverb. En continuado, “Cielo azul” brilla por oposición: un chispazo punk de poco más de un minuto, tocado con urgencia hardcore, con Fernando Ricciardi en batería y Hernán Espejo en guitarra. En el medio de un disco gobernado por la electricidad, Álvaro Sánchez Guillaumet comanda una serie de instrumentos acústicos (bandola, triple y guitarra portuguesa), para enfrentarlos a teclados y el bajo con chorus de “Pacto de no agresión”, que suena como si Peter Hook descubriese tardíamente tener ascendencia caribeña.
Chivas Argüello y Ugo De Orta, el tándem guitarrero de normA, es el ariete con el que Sergio Rotman se abre paso en “Hannet” , un tema titulado en honor a Martin Hannett, productor de Joy Division (cuyos criterios sonoros se reproducen a lo largo y ancho de Odio), y que le inyecta esteroides y otras cosas más al sonido de la banda de Manchester. “Vladivostok”, en cambio, es un rock peregrino que mira de cerca a los Arctic Monkeys más maduros gracias al aporte de Gonzalo Campos en las seis cuerdas. La ciudad, conocida por ser el destino final del tren transiberiano, se vuelve aquí en la utopía de un éxodo sufrido (“La estepa rusa crucé / Sin sueños y sin porvenir / Cargando la cruz y la fe”).
“Ido”, de vuelta con Martín en la guitarra, antepone un contraste humano a “Morirse”, en la que los sintetizadores analógicos y las cajas de ritmos vintage de Ernesto Romeo, una melodía diáfana que invita a pasar a la acción antes de que sea tarde (“Y cuando choquen los planetas, y seas un recuerdo, ¿de qué sirvió llorar?”). Entre tanto post, “Casa” acude al punk a secas: la sensibilidad de Buzzcocks tocada con la rabia de Sex Pistols, cortesía de Ariel Minimal. El guitarrista de Pez y Pablo Martín alternan roles en “Finalmente”, una épica ensamblada en Manchester en la que la luz al final del túnel queda para otro momento (“Sale el sol por las mañanas, y a la noche dormir / Al menos que no haya un sol para vos”), probablemente por no saber sintonizar con el espíritu colectivo (“Finalmente te dejó de importar lo que a todos parece importar / Morir de amor, morirse de amor”). Porque hasta el odio tiene límites.