02/05/2022

Catupecu Machu y Divididos en Quilmes Rock: el sabor del reencuentro

De vigencias y despedidas.

Catupecu Machu

Catupecu Machu es un animal que inventamos nosotros y después tomó vida con esto”. Desde una entrevista que se proyectó en las pantallas, Fernando Ruíz Díaz daba ya en 1996 una definición posible para la banda que formó junto a su hermano Gabriel y que lo tuvo al frente de su propia quijoteada por más de dos décadas. Y ese “esto” también sirve para definir algo que de por sí no tiene una sola identidad posible. El show para homenajear a su hermano Gabriel fue de algún modo también su propio Fer y las Bandas Eternas, con un elenco rotativo de ex integrantes y también de nuevos colaboradores para dar forma a 180 minutos de celebración y despedida tácita, un reencuentro para decir adiós por más que no se mencione a la palabra.

El comienzo tuvo bastante de simbólico. La presencia de Macabre en los teclados y Abril Sosa de vuelta en la batería tras ¡veinte! años de su partida fue una postal directa al Catupecu post cambio de milenio, con Charlie Noguera, de Vanthra, colgándose el bajo de Gabi. La formación se mantuvo inalterable para “Secretos pasadizos”, “Perfectos cromosomas” (en medley con “Es todo lo que tengo y es todo lo que hay”, de Lisandro Aristimuño, y “Mirame”, de Cuentos Borgeanos), “Puedes” y “Cuentos decapitados”. A partir de ahí, la entrada y salida de Sebastián Cáceres, Agustín Rocino y Juli Gondell dejó de lado el espíritu celebratorio del cerebro musical de Catupecu Machu para hacer foco en el último tramo de su obra, quizás el menos amigable para el público masivo. “La piel del camino”, “Confusión”, “Metrópolis nueva”, “Óxido en el aire” y “Dialecto” fueron muestrario de esa intención de folklore procesado por música industrial que Fer Ruíz Díaz llevó a cabo con mayor o menor suerte una vez que el timón quedó en sus manos en 2007.

Pero la cuota emotiva también estuvo presente gracias a los artistas invitados. Flavio Cianciarulo sumó su bajo a “En los sueños”, y más adelante Walas y el Tordo Mondielo fueron un número más que puesto para la versión de “Plan B: anhelo de satisfacción”. Entre medio, “A veces vuelvo” y “Magia veneno”, para reestablecer el orden. Otro video con imágenes de Gaby sirvió para volver a evocar a la época dorada de Catupecu Machu. “Dale!” a dos baterías, el dueto entre Fer y Abril para “Entero o a pedazos” y el final con “Y lo que quiero es que pises sin el suelo” y “Le di sol” dieron cierre a este regreso fugaz.

“¿Qué querés? Acá cagaste, no se escucha un carajo. Vas a pedir que todos hagan silencio para que se escuche lo que vos querés decir”. Ante la inmensidad del campo, Ricardo Mollo logró lo imposible: del griterío, la multitud enmudeció para que un fan pudiera hacer público su pedido de un último bis, y así fue como “Cielito lindo” apareció como cierre del set de Divididos, fuera de programa después de una hora cuarenta de show. De algún modo, el gesto ayudó a delinear el concepto del regreso de La Aplanadora del Rock a un festival en el que marcó tarjeta en más de una ocasión. Aún con la ausencia de algunos éxitos que parecían números fijos para un show masivo, Divididos planteó una lista de canciones al gusto de las grandes masas.

Con aires de acto escolar, el show comenzó con el video de Ricardo Mollo entonando el Himno Nacional Argentino acompañado por la Filarmónica de Mendoza, una escena solemne que se disipó con los primeros compases de “Cabalgata deportiva” y su nombre autoexplicativo. Al hilo, después de “Haciendo cosas raras”, “Casi estatua”, “Tanto anteojo”, “Alma de budín” y “Elefantes en Europa”, o la revalidación de Divididos modelo fin de siglo. En vivo, el trío avanza como una estampida de mamuts que arrasa con todo gracias a la química entre Catriel Ciavarella y Diego Arnedo, una base rítmica integrada por dos personas pero que se desplazan como un mismo organismo. Pero no solo de descarga eléctrica vive la gente, y de ahí que la versión intimista de “Spaghetti del rock” y “Par mil” hagan las veces de un mínimo espacio para tomar aire en un trío en el que dos de sus integrantes pasaron la barrera de los 60 y sin embargo sobre el escenario destilan una cuota de energía que no tienen músicos a quienes doblan en edad. 

“Sucio y desprolijo”, o el reconocimiento filiatorio con Pappo’s Blues, fue la vuelta al agite. Mientras Catupecu Machu terminaba de ajustar los últimos detalles en el escenario de al lado, Divididos centró su cierre en el comienzo de su historia, y también en su propia precuela: “Crua Chan” y “El ojo blindado” fueron el recordatorio para seguir manteniendo vivo el legado de Sumo, y de ahí a “El 38”, “Ala delta” y “Cielito lindo” una trilogía reivindicativa de Acariciando lo áspero para el momento del adiós.