
“Se escribieron millones de canciones en sol, y esta es otra más”, ametralla Jack White sobre el escenario del Primavera Sound con su característica verborragia antes de bajar las revoluciones de su acto con “Love Is Selfish” y “Hotel Yorba”. Ahora, con un ropero detrás para los bajos y él con guitarra electroacústica en mano, la banda se convierte en un número del bar más íntimo de Nueva Orleans o el rancho más recóndito de Tennessee. El único puente tendido entre esos remotos lugares y el predio de Costanera Sur, donde tuvo lugar el Road to Primavera, quizás haya sido el piso de tierra.
Esa fue tan sólo una de las demostraciones del pulso de White quien, cual caudillo de su propia misión, se encargó de dejar en claro que aquello que lo preocupa ya no es la muerte del rock, sino que ese cuerpo descompuesto en el medio de un campo vacío sirva como compost para algo más. Minutos antes de traer un pedazo de la tierra de los libres y el hogar de los valientes al disímil panorama de una villa gentrificada, “Taking Me Back”, la primera presentación de Fear of the Dawn, uno de sus más recientes discos, sirvió como el otro extremo de esta vara errática que maneja el “tercer hombre”: una guitarra que suena como tres; compacta, pero con los poros abiertos y dándole la bienvenida a la desprolijidad. White, de pelo parado y color azul eléctrico, como si él también estuviese enchufado a la corriente de su instrumento, rebotó con velocidad y rigor mientras sonaba “Fell In Love With a Girl”.
Detrás suyo estaba su mejor arma. Un trío de batería, bajo y teclado más sólido que sus férreas chapas azuladas. Una enajenada versión de “You Don’t Understand Me”, de The Raconteurs, abrió el juego al fuerte de ese combo: la improvisación. En las manos de White, el azar, los espacios o mejor dicho el vacío entre ellos, son materia prima. Haya sido con riffs deudores del mejor Jimmy Page como “Cannon”, el inclasificable cut-up de “Hi-De-Ho”, o el desfase de tempo (completamente intencional) de “Lazaretto”, el estandarte que enarbola el ex-White Stripes es: “Cuando no digo nada, lo digo todo”.
Los baches, buscados por este heraldo del fuzz y rellenados con la potencia sin parangón del baterista Daru Jones eran lo que hacían que “el rock” no “vibrara”. Al contrario, White buscó que la música respirase; que oscilara y tengan el mismo valor una patada de guitarra combustible cual fue “Missing Pieces” o un momento de vuelta a la paz rural con “We’re Going to Be Friends”. Así, toda explosión caminó por la frágil cornisa de los vicios de un guitar hero, por donde Jack White podría haber caído al vacío con los tobillos enredados por sus frenéticos solos de guitarra. Ni siquiera en la seguidilla de bises completada por “Steady, as she Goes”, “Blue Orchid” o “Seven Nation Army” se lo notó trastabillar. Si bien lo que produce en estudio deja en claro que su búsqueda va más allá de sintetizar un riff perfecto o efectivo, en Primavera Sound dejó que las cosas fluyan. Que no sean más de lo que son con toda su rebarba, y que por su propio peso se sientan como una bocanada de aire, de la misma manera que una sola canción (de tantas miles) escrita en sol pudo suspender una sesión de electroshock.
Momentos antes, Pixies hizo su magia, aunque nada tuvo que ver con las hadas y los polvos mágicos. Al contrario, el cuarteto que lleva adelante Black Francis tiene más en común con lo que debe sentirse la embestida de una bola de demolición. La equivalencia musical fue igual de sólida, redonda y pesada. “Debaser”, “Wave of Mutilation”, “Isla de Encanta”, “Caribou” y “Gigantic”, todas espalda con espalda sirvieron como la prueba de que fuerte y al medio nunca es una táctica despreciable. Incluso, con este paso por Primavera Sound, hasta pusieron en tela de juicio si no es así como tendrían que darse todos los conciertos de rock: nula interacción con el público y completa dedicación a reventarlo a patadas en el suelo.
Para ello, sin embargo, hay que contar con Joey Santiago, un especialista en amar cada nota que sale de su guitarra, como hizo con los fraseos de “Here Comes Your Man”, tratados con una delicadeza que pocas veces se le da a un hit, o con la gigantez mórbida del bajo de Paz Lenchantin, que encaró los delicados cimientos de “Hey” con la misma presteza que abordó los estallidos de “Tame”. Tampoco es menor el aporte de David Lovering, un incansable castigador serial de hi-hats, demostrado por “Gouge Away” y la desencadenada versión de “Dead”. Aunque allí, el que en verdad dirige la batuta, siempre es Francis. En su alienación, lindante con un atisbo de hastío, es capaz de deshacerse la garganta a gritos con clásicos como “Monkey Gone to Heaven” o aplacar la locura homenajeando a Neil Young con una tierna versión de “Winterlong”. Otra muestra cabal de que, en los matices, en el aliento, está el poder.
Casi en las antípodas del aliento, pasó Cat Power por la tarde de Primavera Sound. De entrecasa, o flat (white) neoyorkino, la cantante estadounidense tomó la posta, luego del concreto y enérgico set de Las Ligas Menores (que tuvo a Pipe Quintans como invitado antes del cierre en “Ni una canción”), con el caballo cansado. Se palpó en el aire cómo su interpretación vecina al Bossa N’ Stones de “(I Can’t Get No) Satisfaction” quedó con una fecha de vencimiento antigua, allá lejos y hace tiempo cuando los discos de covers eran sensación. Slowburners de fríos acordes como “Say”, encadenada con “Great Expectations”, estuvieron planchados hasta no tener ni una arruga por el teclado y la guitarra, así como los grooves de la batería de “Hate” se tornaron comatosos por seguir la intensidad de su voz. El show de Cat Power creció en precisión y fuego a medida que pasaba a los mejores terrenos de su elemento, como sucedió con “It Wasn't God Who Made Honky Tonk Angels” de J.D. Miller, el padre del soul de pantano, el porche levemente iluminado y la escopeta en el regazo. “Shivers”, por su parte, hizo que Chan Marshall finalmente sacara la voz que estaba escondiendo. Un indicio más de que su fuerte no son las estructuras, sino las dulces, dulces melodías como el cierre con “The Greatest”.
(Fotos Jack White y Las Ligas Menores: Gentileza DF Entertainment)