
Quizás el dato más llamativo de la cuarta edición de Lollapalooza haya sido el recambio generacional que experimentó el festival, tanto arriba como debajo de los cuatro escenarios. Artistas con poco recorrido pero gran llegada lograron respuestas sorprendentes para quienes no entendían qué eran esos nombres que aparecían en la grilla. Por supuesto que The Strokes y Duran Duran (hacé clic en sus nombres para leer su crónica completa) congregaron a la mayor parte de quienes estuvieron en el Hipódromo de San Isidro, pero no le fueron en zaga The Weeknd -que transita "su" momento- ni Two Door Cinema Club.
Y donde se hizo más notorio todavía que una nueva generación abrazó al festival como propio fue en el Perry's Stage, que desde la tarde tuvo una multitud enfrente. Los convocantes fueron artistas de electrónica como Borgore, GRiZ, Nervo, Oliver Heldens y -especialmente- Martin Garrix, que no dejaron que la fiesta bajara la intensidad en ningún momento. Chicos y chicas en edad de secundaria encontraron en ese ámbito lo que su edad y las prohibiciones estatales usualmente les impiden. Los disfraces, los rostros pintados y los accesorios no hicieron más que darle color a una celebración que huele a (otro) espíritu adolescente.
“Es la primera vez en veinte años que tocamos a esta hora. Raro, pero no tanto como otras cosas”. Enfundado en una campera de cuero que tuvo que sacarse pocos minutos después, Joaquín Levinton intentó explicar lo anómalo que le resultaba dar un show de Turf a las 2 de la tarde, bajo un sol abrasivo. A una franja horaria poco favorable, la banda respondió con una artillería de hits que tuvo en “Kurt Cobain” y “Cuatro personalidades” su punto de partida. Lo que siguió fue un repaso que abarcó desde las ínfulas stone de “Panorama” al poptimismo de “Pasos al costado”, con escalas en la neo psicodelia de “Esa luz” y “Más loca que yo”.
En constante equilibrio entre la locuacidad simpática y la verborragia excesiva, Levinton reconoció antes de “Loco un poco” y su rueda de pogo en plan buena onda que iban a tocar la canción que los había lanzado "al estrellato". "El éxito se nos subió a la cabeza, pero por suerte el fracaso nos puso en nuestro lugar”, reflexionó. Para el final, “Yo no me quiero casar, ¿y usted?” y una última arenga: “Este va a ser el pogo más grande del mundo, el del Indio no existe”. La intención es lo que vale.
Minutos después de las 14:30, cuando El Plan de la Mariposa se paró sobre el escenario alternativo, ya había una masa compacta de fans haciendo su acto de presencia. Con esa pequeña victoria ya en su haber, los hermanos Andersen arrancaron un “operativo seducción” apuntado al público de Turf y a los indecisos que entraban al predio. Su apuesta sonora, que puede leerse como una evolución de la propuesta de Árbol hace 15 años (un batido de rock, pop, folk y cumbia, al que se le suma una postura política y moral mucho más marcada que los de Haedo) surtió resultado rápidamente. “Navegantes”, una elegía en la que el violín de Santiago Andersen ocupa un lugar central, ayudó a que los recién llegados descubrieran la versatilidad de los rubios necochenses.
Si el sideshow de Tegan and Sara en el Teatro Vorterix sirvió para saldar una vieja deuda emocional con sus fans, el set en el comienzo de la tarde en el Main Stage 1 demostró su capacidad para cautivar al público en general. Con una base de sintetizadores, batería y bajo construyen potentes canciones de pop que le escapan a los convencionalismos, a la vez que hacen bailar a todos. Sin embargo, la verdadera fuerza de su show reside en el sentimiento que irradian y en la química complementaria que hay entre ellas dos, hermanas gemelas y lesbianas declaradas. Mientras Tegan se muestra extrovertida y relajada, dialogando y bromeando con el público sobre cuánto comieron durante su estadía en Buenos Aires, Sara se queda callada, pero le pone un espíritu más pasional y personal a las canciones, agarrándose el plexo solar en cada estrofa que entona.
Dentro de una oferta plagada de opciones sub-25, Catfish and the Bottlemen hizo poco por ofrecer un factor diferencial para alardear algún valor agregado. Con un set en modalidad reducida de su sideshow de mitad de semana en The Roxy, la banda de Gales tuvo que lidiar con la atención de un público disperso ante la falta de matices. "Homesick" y "Kathleen" fueron golpes certeros de indie pop británico de cosecha reciente, con guitarras al frente y un nervio punk moderado, un yeite que se repitió poco después en "Anything" y "Fallout".
Con las fichas repartidas entre un público entusiasta en las inmediaciones de la valla y un mar de indecisos sentados en el pasto, Van McCann y los suyos hicieron lo justo y necesario para entretener a una tropa fiel, y poco y nada para sumar nuevos adeptos. Los cambios de clima aparecieron de la mano de "Tyrants" y sus serpenteos oscuros de ambición épica, pero el viraje fue breve: había llegado el final de su show.
Asi como Rancid había aportado la cuota punk necesaria al primer día del festival, Jimmy Eat World aportó la innecesaria. Como salidos de una eterna banda de sonido de American Pie, sus canciones de punk melódico, aquellas que explotaron Blink 182 y Sum 41, no generaron más que algunos aplausos esporádicos. Entre temas de gran parte de su discografía, Jim Adkins y los suyos dieron arranque a un show genérico y apático con "Get Right", de su reciente Integrity Blues, y justificaron su lugar en el escenario principal recién con el obligado "The Middle" (Bleed America, 2001). Ni como ejercicio de melancolía ni como balde de agua fresca: pocos recordarán el debut de Jimmy Eat World en la Argentina como algo destacable.
El debut en Lollapalooza de Lisandro Aristimuño no puede ser interpretado como un todo, sino como una unidad fragmentada en dos. Con las canciones de Constelaciones como ariete, el músico rionegrino y su banda expandieron el formato reducido de las versiones de estudio de “Rastro de percal”, “Hoy” e “Hijo del sol” gracias a la presencia estable de cuerdas y sintetizadores, y el aporte de Hilda Lizaruzu como segunda voz. Pero poco después de que se sumase Fernando Ruiz Díaz, el audio del show de Two Door Cinema Club en el tablado principal dominó el del escenario alternativo. A partir de ahí, subir el volumen se presentó como la única solución viable, y la decisión trajo como consecuencia un sonido difuso y desaliñado para un show que suele caracterizarse por su sutileza auditiva. Después de “How Long” y “Azúcar del Estero”, Aristimuño pudo descargarse con una versión galopante de “Elefantes” sobre el final, y la promesa de revancha el 16 de septiembre, en lo que será su primer Luna Park.

En su presentación del jueves, Two Door Cinema Club llevó al escenario del Vorterix el ritmo post-anabólicos de sus tres discos; hoy, su presentación en el festival mostró que las grandes multitudes no lo asustan. Ante unas 70 mil personas, llegadas por gentileza de Duran Duran (leé la crónica completa del show aquí), Alex Trimble y compañía sacaron a relucir su set de canciones hiteras en una versión reducida de su show en Colegiales. Una vez más, los punteos agudos de la viola de Sam Halliday en temas como “Something Good Can Work”, “Bad Decisions” o “What You Know” entrelazaron las angustias millennials en perfecta sintonía bailable, mientras que el cantante hizo todo para complementarlos (y competirles).
Mientras los primeros acordes de "Don't Wanna Dance" expulsaron lentamente a MØ al escenario, el reducido público que se concentró en el Alternative Stage fue creciendo gracias al éxodo huérfano de TDCC. Como en su sideshow en Niceto, repasó hits personales como "Kamikaze", "Lean On" -su colaboración con Major Lazer- y "Pilgrim". Entre trompadas al aire, bailes espásticos y momentos congelados que recordaron a "El Pensador" de Rodin, la danesa volvió a demostrar que es una de las nuevas divas del pop. Pero como experimentó su público cada vez que bajó del escenario, ella se mira y también se toca.
Eminem tardó demasiado, Pharrell Williams vino en plan semi amateur, pero The Weeknd llegó en el momento justo. Siempre hay una etapa en la que la industria se rinde ante los pies de un hombre, y actualmente ese lugar lo ocupa el canadiense. En apenas unos años, Abel Tesfaye pasó de ser un chico raro que hacía R&B alternativo con raíces hiphoperas y subía mixtapes a YouTube a estrella pop mundial que sale en las revistas del corazón. Y en su set demostró sobrellevar ese contexto favorable con altura.
Un gran golpe de sintetizador fue la introducción de un comienzo a lo grande con "Starboy", el hit global que interpreta junto a Daft Punk. El cierre fue igual de hitero, con "I Feel It Coming" y "The Hills". En el medio, estuvo prácticamente solo en el escenario, ya que apenas tuvo una banda de apoyo en una estructura 2,5 metros arriba suyo. Pero en el show de The Weeknd el espectáculo es él. Se mueve de una punta a otra con soltura, baila al ritmo de los beats, arenga al público y canta con movimientos de rapero.
Si bien la mayor parte del set estuvo basado en Starboy, su último álbum, el más pop y aquel que terminó por llevarlo a la cima, durante la hora y media de set también se dio el lujo de presentar al público festivalero pequeñas muestras de su origen alternativo. Tal fue fue caso "Glass Table Girls", una gema de su primer mixtape de 2011, en la que rapeó con destreza y velocidad delante de una imponente pared de guitarra, bajo y batería, que demostró que detrás de los rankings hay algo más.