
En la historia del rock, ciertos estudios de grabación tienen casi estatus de Meca. Basta mencionar nombres como Abbey Road, Capitol Studios o Electric Lady como para que aparezcan cientos de anécdotas de sesiones afiebradas y cruciales para el desarrollo de la música. En Buenos Aires, los Estudios Panda se ganaron un prestigio acorde desde sus inicios en los años 80: entre las paredes de ese edificio de Floresta se cocinaron Yendo de la cama al living (Charly García), Oktubre (Redondos), After Chabón (Sumo), el debut epónimo de Los Abuelos de la Nada y La dicha en movimiento (Los Twist), entre muchos otros.
Como ya lo había hecho con la historia de Cemento, el periodista Nicolás Igarzabal decidió repasar en un libro buena parte de lo que sucedió en el mítico recinto de la avenida Segurola 1289, por el que también pasaron Babasónicos, Virus, La Renga, Antonio Ríos, Divididos, Los Piojos, Gilda, V8, Los Fabulosos Cadillacs y Ráfaga. Con prólogo de León Gieco, Grabado en Estudios Panda - Historias de una fábrica de hits (1980 - 2020) reconstruye cómo se registraron discos clave para la música argentina. Por gentileza de Gourmet Musical Ediciones y a modo de adelanto, reproducimos un fragmento del capítulo 1, "Los Abuelos de la Nada: la ilusión completa".
En el año 1981, un demo de Los Abuelos de la Nada había caído en manos de Daniel Grinbank (director de SG Discos), pero pasó sin pena ni gloria, como tantos otros casetes que andaban circulando en busca de su salvador. Lejos de rendirse, el grupo tuvo revancha al año siguiente con una cinta de la canción No te enamores nunca de aquel marinero bengalí, grabada por Mario Breuer en los estudios Del Jardín. Con ese tema lograron conquistar al futuro creador de la FM Rock & Pop para entrar en su escudería y contar con los servicios de Charly.
Miguel Abuelo regresaba a la Argentina después de un peregrinaje de diez años por Europa –donde trabajó en la calle, vivió en una mansión y grabó el disco Et Nada en París– y había decidido reactivar su proyecto de fines de los sesenta con una formación renovada. Estaba vez ya no lo acompañaban Pappo Napolitano, Pipo Lernoud ni Pomo Lorenzo, sino músicos de una nueva generación: Cachorro López (bajo), Daniel Melingo (clarinete y saxo), Gustavo Bazterrica (guitarra), Polo Corbella (batería) y un jovencísimo Andrés Calamaro (teclados), que venía de tocar en el grupo Raíces.
El modelo ochenta del grupo acusaba influencias de The Wailers, Steely Dan, la Yellow Magic Orchestra, The Crusaders y Third World, logrando una alquimia de ritmos latinos con funk, reggae y melodías pop. Estaba el groove de Cachorro con Polo, los vientos de Melingo, los chispazos a lo Frank Zappa de Bazterrica, el gancho pegadizo de Calamaro y el carisma de Miguel. García producía, Amílcar grababa y Daniel Grinbank editaba, ¿qué podía salir mal?
Una semana antes de meterse en el estudio, el staff de SG Discos jugó un partido de fútbol contra la agencia de Alberto Ohanian (mánager de Spinetta Jade) y Bazterrica armó una jugada exquisita en la que mandó un centro al área y García terminó convirtiendo un golazo de volea.
—Este mismo gol es el que vamos a hacer con Los Abuelos de la Nada –le dijo, eufórico, al Vasco, con quien había tocado en La Máquina de Hacer Pájaros.
Miguel también se mostraba expectante por la nueva grabación, pero estaba desconcertado frente al nuevo contexto musical de Buenos Aires que lo recibió a su regreso, con el país todavía bajo régimen militar, donde convivían grupos nuevos como Virus, ZAS y Dulces 16 con trovadores de la década anterior (Moris, Raúl Porchetto, León Gieco, Miguel Cantilo).
Siempre provocador, así se explayaba en la revista Expreso Imaginario: “Ahora estoy viendo el panorama musical de aquí y pienso que mucha gente se bajó los pantalones. En vez de seguir siendo, en vez de seguir obedeciendo lo que les ordenó un impulso vital desde su infancia, están volcados a las modas, son como avestruces dentro del agujero del jazz rock o de la poesía gauchesca, el reggae, la new wave y cosas por el estilo. Yo creo que es necesario seguir explotándose a sí mismo como ente creativo y acá hay una merma espantosa […]. Hay que poner la fe en el potencial que cada uno lleva adentro. Tengo una gran cantidad de temas nuevos y un concepto muy dinámico de lo que es estar arriba de un escenario”.
Con Miguel envalentonado, Los Abuelos de la Nada entraron a Panda con ganas de comerse el mundo. Tenían un arsenal de canciones ensayadas al detalle y testeadas en vivo; solo necesitaban plasmarlas con el mejor sonido posible para llegar a las disquerías. “En aquella época el estudio no es lo que fue después y los equipos eran escasos aún. Sin embargo, la ilusión era completa”, repasa Calamaro sobre aquel junio de 1982, en plena Guerra de Malvinas. “El master plan de los Abuelos –grabar con García y catapultarnos desde la aristocracia del rock– fue una aventura. Pasaba a buscar a Charly por su casa (vivía aún con mis padres y a pocas manzanas de distancia) y llegábamos contentos al estudio. Panda para nosotros era un búnker en donde la Policía no podía entrar. Eso creíamos y así nos comportábamos. Estábamos tan pendientes de las transas como de la música”.
Abuelo entró en cortocircuito con García y enseguida empezaron los roces. El productor tenía pensada otra dinámica para la banda, donde todos pudieran cantar y hacer sus aportes musicales, sin que necesariamente girase todo en torno al cantante nacido en Munro como Miguel Ángel Peralta. “Yo estaba encantado de tener a Charly en el estudio –reconoce Calamaro– y Sin gamulán fue un rescate suyo, era una canción que yo simplemente tenía y nadie esperaba que se convirtiera en un pequeño clásico del grupo. Influyó y aportó mucho como productor, pero se llevaba como el orto con Miguel. Nunca se entendieron, ni querían entenderse. Guindilla ardiente fue el único tema donde realmente se complementaron”.

Amílcar Gilabert, detrás de la consola, también recuerda malos tragos: “El primer día que vino a grabar las voces, le acomodé el micrófono y se puso a cantar caminando alrededor del aparato. ‘Miguelito, ¿vos querés hacer algún efecto a la voz?’, le pregunté. No sabía explicarme que quería hacer un leslie, que es un efecto donde el sonido se mueve de un lado al otro del parlante. ‘Yo te lo hago desde acá, pero vos cantá derecho al micrófono’, le pedí. Tan empecinado estaba que ese día no quiso grabar más nada. ‘¿Sabés qué, Miguelito? Hoy paremos, descansemos, y probemos de nuevo mañana’. Al día siguiente, sucedió exactamente lo mismo. Al tercer día me hizo calentar tanto que lo levanté del cogote y lo dejé con las patitas en el aire. ‘Andate porque te mato’, le dije. Se ponía rebelde y decía que el estudio era una mierda. ‘Voy a hablar con Grinbank y te va a rajar a vos’, me amenazaba. Daniel no le hizo caso y así fue como empezaron a cantar Calamaro, Bazterrica y Melingo”.
Era natural que un grupo que grababa por primera vez tuviera sus idas y vueltas. “Nos estábamos conociendo, en definitiva éramos una banda nueva todavía”, piensa Bazterrica, poniendo paños fríos. “Charly y Miguel no se llevaban bien, pero fueron limando asperezas y terminaron haciendo un muy buen trabajo en la canción En la cama o en el suelo. Estaba todo preparado para que la banda funcionara alrededor de Miguel, pero al final se fue armando algo más democrático. Así nació el estilo de Los Abuelos”.
Melingo venía de grabar como sesionista en el Fontova Trío y en el grupo La Fuente. Sin embargo, era de los más tímidos en aquella estadía en Panda. “Los solos de saxo que quedaron en ese disco fueron los primeros que grabé en mi vida; de hecho, usé uno prestado, porque hasta ese momento yo solamente tocaba el clarinete”, aclara. “Recuerdo el vértigo que me significó eso y las ganas con que creé las melodías y las grabé. Después, me compré un saxo propio y le dediqué más tiempo”.
Quedaron once canciones listas para seducir al gran público. No te enamores nunca de aquel marinero bengalí era el tema central del disco y fue el único firmado por todos los músicos en colaboración. Se destacaba también la dupla Abuelo-López en Ir a más, Creo que es un sueño más y Guindilla ardiente, y dos composiciones de Bazterrica llamadas Como debo andar y Te vas rica, donde se encargó de la voz principal. Miguel, cariñosamente, apodaba a esos momentos como si fuesen un grupo de coristas llamado “Las Baztec”. El guitarrista era un músico todoterreno. “Siempre que faltaba un coro, yo estaba dispuesto”, señala.
Calamaro sorprendió con el reggae Sin gamulán (“para mí cantar era una tortura, me siento muy verde en ese disco todavía”) y al día de hoy se lamenta por un tema que quedó afuera: “Veníamos tocando en vivo Con el cachete caído y la habíamos grabado en un demo, con música y letra de Miguel. Hubiera sido una canción poderosa”. La revista Pelo hizo una reseña muy elogiosa, ponderando la labor del tecladista porque “canta con entonación muy personal uno de los mejores temas del álbum y muestra un humor insolente que refresca aún más las composiciones del disco”, mientras que de Abuelo se remarcaba su “talento inconformista sin límites”.
El disco fue presentado el 22 y 23 de octubre de 1982 en el Teatro Coliseo, con García de invitado en los teclados. Unos días antes se organizó una fiesta de lanzamiento para amigos y periodistas en el boliche Freedom. Esa noche, Miguel tomó la palabra y se despachó con un discurso que recordaba el drama de Malvinas (“Atravesamos la guerra sumidos en el laboratorio donde engendramos con toda fe esta cosa redonda, negra y simpática conocida con el nombre de disco”), halagaba a cada uno de sus compañeros (¡incluyendo a García!) y remataba: “Los Abuelos de la Nada deseamos un armónico camino a seguir, juntos, más allá de las burdas conjeturas, ya que lo nuestro es amor, música y honestidad. Ahora los invito a descorchar y beber una copa de champaña a vuestra salud, que es la misma que la nuestra”.