
Es imposible siquiera comenzar a describir la escena alternativa de los 90s sin mencionar a Los Brujos. En una escena en ebullición constante, la banda formada en la zona sur del Gran Buenos Aires se abrió paso sin pedir permiso a fuerza de un género inventado (el beatcore, donde convivían el melodismo beat con la brutalidad hardcore), un amor por el cine clase B y un cuidado desarrollo estético de sus propuestas, ya fueran los artes de tapa de sus discos, videoclips o presentaciones en vivo con vestuarios y ejes temáticos en desarrollo constante, con un legado que perdura a la fecha.
Tal como hizo con Cemento y con los míticos estudios Panda, el periodista Nicolás Igarzábal decidió sumergirse en la historia de los autores de “Kanishka” para contar su historia, pero también para pintar un cuadro de situación sobre un momento en el que quedarse quieto no parecía ser una opción válida para absolutamente nadie. La bomba musical: Los Brujos y la explosión del rock alternativo en los 90 reconstruye ese instante en el borde del fin de milenio donde el salto sin red terminó por definir a buena parte de la cultura rockera argentina. Por gentileza de Gourmet Musical Ediciones y a modo de adelanto, reproducimos un fragmento del capítulo 11, "Estudios Aguilar (Belgrano, 1993)”, centrado en la grabación de San Cipriano.
“Sistema de grabación subjetiva”. Así llama Melero al método utilizado para capturar a Los Brujos en el proceso de su segundo disco. Consiste, básicamente, en ponerles micrófonos en el cuerpo para tomar el sonido en movimiento. Está claro: ahora están grabando a conciencia y van hasta las últimas consecuencias. Ya no son unos conejillos de Indias a los que engañan para no atemorizarlos. Entre sesión y sesión, los músicos conversan sobre el título del material en camino. Puertas adentro, lo llaman Flipper, La víbora y Vibradores. El nombre va cambiando todos los días. En definitiva, ninguno quedará.
Desde el show de Vélez como soportes de Nirvana que venían hablando de lanzar un segundo disco en 1993. “Todo el mundo nos dice que va a ser crucial y que esto y que lo otro. Lo único que sabemos es que cuando entremos al estudio, vamos a saber que estamos grabando Flipper”, le anticipaban a José Bellas en la revista Rock en Blanco y Negro. “No tenemos fórmulas a repetir. El primer disco nos sirvió para tomar dimensión de dónde estábamos parados. Cuando se habla de Los Brujos, se habla de algo así como meterse en el Amazonas. A medida que avanzamos, vamos abriendo rumbos y nunca vamos a dejar de abrirlos”.
El semanario rockero había publicado una tapa en febrero de 1993 con el título “De Tanguito a Los Brujos, de La Balsa a Kanishka”, donde daba cuenta del fenómeno del grupo bonaerense, poniéndolo a la par de las bandas clásicas del rock argentino, en un especial con las mejores letras de la historia. En ese informe se seleccionaron prosas de “25 años de poesía rockera”, donde himnos de Charly García, Fito Páez y los Redondos se mezclaban con las líricas de Los Brujos, Martes Menta e Illya Kuryaki and the Valderramas. “El cantar de los noventa”, se llamaba el apartado de estas últimas. Algo nuevo se estaba diciendo.
Flipper se terminaría llamando San Cipriano, con toda una estética chamánica alrededor, basada en libros de conjuros y hechizos. A nivel sonoro sería su Patria o muerte, aquel disco negro de Don Cornelio que se contraponía al auspicioso debut. Estaban asqueados de la industria musical y era su manera de darles vuelta la cara a todos. Internamente estaban golpeados, y el cansancio de un 92 tan agitado hizo mella. “En cada show descargamos demasiada energía, adaptarnos a esa seguidilla interminable de notas y fechas nos debilitó. No rendíamos igual, habíamos perdido la magia”, rebobinaba Guerrisi en el Sí! “A fin de año éramos seis personas separadas de sí mismas, tratando de seguir juntas”.
Las primeras fisuras empezaban a aparecer. Sin embargo, la cabeza estaba puesta en el nuevo material. “Más allá de que el disco tenga éxito o no, es fuerte, golpea, es una piedra en el medio de la cabeza”, graficaba Lee Chi en Pelo durante la curva final de la grabación. “El que escuchó el primer disco no podría adivinar este trabajo porque ni nosotros mismos podríamos saber en qué va a terminar todo esto que nos sobrepasó”. Guerrisi esbozaba una respuesta por el lado metafísico: “Grabar es vernos a nosotros mismos en una forma en que no nos habíamos imaginado nunca. Somos seis tipos caldeando áureas y eso no es muy fácil de ensamblar. En este caso ellas son como imanes, se atraen y eso es enérgico”. Ilid redondeaba el concepto: “Estamos transitando por esto, así que no podemos ser tan claros como si lo viéramos a la distancia. Una línea de pensamiento audible, lo que nosotros decimos que nos devuelve el disco es eso”.
San Cipriano se concibió entre diciembre de 1992 y abril de 1993. Las sesiones empezaron en Aguilar y terminaron en Moebio, nuevamente con Melero como productor y Martín Menzel en la consola. Inspirados por una antigua cabeza de jíbaro que estaba en casa de Alaci desde su infancia, Los Brujos construyeron todo un repertorio al calor de ritmos tribales, gritos cavernícolas y magia vudú. Seguían los riffs salvajes (La bomba, Venganza, Piso liso, Sasquatch) pero acá lograron expandir su estilo hacia nuevos horizontes: temas acústicos (El pececito, El dragón), instrumentales (Capicúa, Gente pelea), interludios jazzeros (El regreso del chamán) y un hardcore de cinco segundos llamado Si yo tuviera. A nivel compositivo, Guerrisi dejó de ser el único autor y la creación de las canciones recibió aportes de todo el grupo (Sasquatch la firman los seis) e incluso de ex compañeros como Gabo Mannelli (grabó como guitarrista invitado en Capicúa).

“Los Brujos son un grupo basado en el movimiento al que la forma convencional de grabación –con un foco estático y frontal– no les queda bien. Por eso decidí microfonearlos para obtener tomas subjetivas. Los instrumentos se escuchan tal como los sintieron los músicos al ejecutarlos”, explicaba Melero en el suplemento Sí!. “Se microfonearon las personas, o sea que si te movés, el sonido también se mueve. Hay momentos en que corremos dentro del estudio y todas esas corridas en los parlantes se ven, se escuchan, se puede apreciar que el sonido también se desplaza”, continuaba Lee Chi en Pelo. “Las primeras dos sesiones tuvieron que traer a un hipnotizador para que nos concentráramos porque nos movíamos mucho por el estudio”.
La revista icónica del rock argentino escuchó el resultado antes de que se editara y adelantaba: “El material amenaza con ser fuerte, áspero y, por si esto no fuera suficiente, original”. También Pablo Schanton estuvo presente en las sesiones y narró en el Sí!: “Había que ver en qué antro macabro convirtieron los desaparecidos estudios Aguilar: sandías emplumadas, velas de colores, cuernos gigantescos, posters de Kiss y Marisa Mondino, muñequitas decapitadas, ajo y sangre de zanahoria”.
Entre la magia negra, lo esotérico y lo espiritual, los músicos estaban envueltos en lecturas como La clavícula del hechicero, El libro tibetano de los muertos y Pomelo (Yoko Ono). También gustaban de Savages (1972), una película clase B donde un grupo de burgueses de los años treinta se terminan convirtiendo en primates que se internan en la selva. Mucho de ese carácter visceral se trasluciría en San Cipriano desde los primeros segundos del disco, para el cual adoptarían nuevos apodos: Yuca (Alaci), Majula (Rúa), Mosko (Guerrisi), Zibo (Ilid), La Gruya (Pastrello) y Metal Macumba (Lee Chi).
Algunas curiosidades: Sasquatch es una zapada que se improvisó en el estudio; en Capicúa no toca ninguno de Los Brujos; en Cachorro de tierra (llamada internamente La selva) canta Francisco Bochatón como invitado; en Flipper se usaron sonidos sacados de una máquina de Sacoa, y en Vudú se pronuncia la frase “eloim atas paseimsilinam”, parte de una pócima de La clavícula del hechicero para cultivar diablitos en el jardín. Antes de Si yo tuviera precede la voz de Tom Lupo sacada de su segmento Tom Lupo Show (1985) presentando a Los Extremistas, grupo original de Guerrisi, Mannelli y Rúa pre-Brujos, autores del tema en cuestión, pero ahora regrabado en 1993.
A la distancia, Guerrisi dirá: “Creo que es un disco muy primitivo. En los años noventa todos hablaban de mezclar diferentes estilos, diferentes músicas, todos haciendo un culto a la promiscuidad musical. San Cipriano, al contrario, es un disco muy antiguo, porque es un disco sagrado, en el sentido de guardar un secreto. Es un disco muy poco noventa, ya que está más allá y más acá. No tiene pretensión de ser parte de ninguna generación. No quiero ser exhibicionista y mostrarlo todo, sino solo lo necesario. No es un grito rebelde, ni contracultural. Es una fuerza ignota, como estar jugando al juego de la copa, pero con instrumentos”. Así se lo manifestó a su amigo y periodista Rafael Cippolini (“asesor chamánico”, en los créditos del CD) para el libro 10 discos del rock nacional presentados por 10 escritores.
El sucesor de Fin de semana salvaje derivó en la Gira Caníbal por 17 ciudades argentinas, con Juana La Loca de soporte, hasta Navidad. La armaron de forma independiente, por fuera de la estructura de Victor Ponieman, cabeza del sello y estudio Aguilar. También el videoclip de La bomba fue hecho con un presupuesto modesto, que apenas alcanzaba para el alquiler de cámaras y el material virgen.
“En esos tiempos queríamos hacer tomas como las de las películas de los hermanos Coen: travellings, grúas y steadicams, pero no teníamos los medios necesarios”, confirma su director, Milos Deretich, quien venía de hacer el de Sábado (Divididos) y Ellos son (Los Violadores). Una parte se filmó en la reserva natural Santa Catalina, en Lomas de Zamora, con máquinas de humo para simular la ambientación de selva, y la otra en un show de Cemento. “Una de las ideas era la de reproducir el punto de vista de uno de los músicos al zambullirse sobre la marea humana que conformaba el público. Lo hice yo mismo, cámara en mano, con mi propia Bell & Howell de los años cincuenta con motor a cuerda. La primera toma resultó satisfactoria, pero en la segunda se formó un hueco entre el público justo en el momento en que yo me arrojaba. Así que aterricé en el piso de Cemento protegiendo la cámara del golpe, pero chocando con el tórax y el mentón, y me fisuré una costilla”.
En Capital, la presentación de San Cipriano se dividió en diez conciertos distintos bajo la consigna “Los 10 Mandamientos” (La Creación, Las Lenguas, El Diablo, Bajo el Poder del Dr. Chapita, Las Naves Avanzan, Planeta Caníbal, El Regreso de Chamán, Cerebros Verdes, Mandamiento Secreto: Armados Hasta los Huesos, Manguera a Muerte: El Final). Los lugares elegidos fueron Cemento, Prix D’Ami y New Order. ¿Algún ritual previo? Lee Chi reveló por aquel entonces: “En los camarines antes de tocar nos abrazamos todos en un círculo y hacemos un grito en el que se van hilando las voces hasta alcanzar una misma tonalidad. Lo hacemos tan fuerte que quedamos como colgando y con eso nos equilibramos. Nunca salimos sin hacerlo”.
En el plano internacional, el Lollapalooza se consolidaba como la gran vidriera del rock alternativo. Concebido en 1991 como un festival itinerante, su impulso vino desde California y su factótum fue Perry Farrell, el cantante de Jane’s Addiction. En sus inicios, además de referentes musicales, había actuaciones de stand up y de danza. Divididos entre dos escenarios, la primera edición ofreció shows de Living Colour, Nine Inch Nails, Ice-T & Body Count, Siouxsie and the Banshees, Butthole Surfers, Rollins Band y los propios Addiction.
En la otra punta del continente, lo más cercano a ese suceso masivo era el Hollywood Rock, en Brasil, que a principios de 1993 festejaba su cuarta edición con shows de Nirvana, Red Hot Chili Peppers, Simply Red, Alice in Chains y L7. “Casi un Lollapalooza sudamericano”, describía la revista Madhouse, que viajó especialmente a San Pablo para cubrirlo, sin saber que la adaptación local estaba en marcha para unos meses después: se venía el festival Nuevo Rock Argentino.