
Para Sr. Flavio -alter ego de Flavio Cianciarulo- no es novedad lo de sentarse frente a la hoja en blanco, pero hasta ahora nunca había decidido escribir un libro en el que repasara su vida y su carrera. Justamente de eso se trata Los textos silver tape - Catarsis surfer calavera de un sonidero antipoeta, el texto que el bajista y compositor de Los Fabulosos Cadillacs cruza "la autobiografía con el manifiesto".
Por gentileza de Ediciones Piloto de Tormenta, aquí reproducimos el capítulo 2 del libro, "Público", en el que Sr. Flavio aborda la dicotomía de presentarse ante multitudes con los Cadillacs y ante audiencias más reducidas con sus demás proyectos.
He articulado y desarticulado varias veces mi banda solista. He nombrado de diferentes maneras cada proyecto que formé fuera de LFC. Flavio y La Mandinga, Flavio Mandinga Project, Flavio Calaveralma Trío, Sr. Flavio y Su Banda. Con cada uno de esos ensambles hemos tocado para muy poca gente, siempre. Al principio, eso me caía mal. Durante largo tiempo, experimenté una suerte invo- luntaria de resentimiento con el gran público. ¿Dónde estaban aquellos que antes blandían banderas que rezaban Sr. Flavio? ¿Tal vez, serían seguidores frívolos, oportunistas, de esos que solo van detrás del éxito por el éxito en sí mismo?
La idea me resultaba extraña ya que, como amante de la música, no soy de esa clase de fanático. Por el contrario, cuando una banda que me gusta se desmiembra o bifurca, experimento una gran curiosidad, suelo interesarme particularmente por esos diversos proyectos.
Con La Mandinga, algunas giras fueron difíciles de re- montar. Por suerte, ahí estaban los pibes, integrantes de la banda, para sacarme más de una vez del bajón. Pero de todo se aprende, y mucho. La experiencia nos humaniza. Y más tarde comprendí que era lo que tenía que ser. Sin quejas. Sería muy desagradecido de mi parte después de todo lo que la música me había dado.
Nunca me sentí cómodo cantando en un escenario. No soy bueno haciéndolo, lo sé, y eso me ha generado mucha inseguridad. Grave error. Lejos de pretender encontrar una voz privilegiada, algo que nunca sucederá, en un punto decidí intentar hallar mi propia voz. Me ha costado bastante y me sigue costando, pero continuaré haciéndolo porque, quizás en contradicción con lo antes expresado, me resulta un ejercicio demasiado atractivo, todo un desafío. Cambiar de lugar, del bajo a la guitarra, cantando mis propias can- ciones, significa salir de mi zona de confort.
No me atrae ser solista. Lo soy porque caí en ese lugar, de viejo, después de tantos años en una banda hermosa como LFC. Eso es lo máximo que me pudo pasar como ser humano en relación con el arte; más no podría pedir. Por eso hoy entiendo por qué me resultan más excitantes el consenso y el disenso generados en un grupo, aunque a veces eso mismo pueda destruirlo. Mientras dura, la magia de una banda es incandescente. Esa suma de distintas energías es incomparable con el egoísmo de un proyecto solista. Las buenas bandas concentran un ardor tal que en algún momento seguramente explote; pero, mientras perdura, es inigualable.
Solista: se hace lo que yo digo. Lo he ejercido y me resultó grotesco. Es decir, no está mal, funciona, supongo que habrá artistas nacidos para eso. Pero nada como una banda de rock. Ser solista de rock es careta. Si hoy lo soy es porque ya estuve más de treinta años en una banda, dentro de la cual sé que más de una vez he tenido actitudes despóticas. Pido perdón a quien corresponda. Pero todo eso transcurre dentro de lo que llamo “el poderoso margen posible e imposible, de consenso y disenso”.

Una banda de rock es un proceso intrínseco y empírico. Intenté con mis emprendimientos post LFC tocar en lugares convencionales y la convocatoria fue escasa. ¿Dónde están los fanáticos de LFC?, me pregunté. Llegué a detestarlos. Desoyendo a los mánagers, decidí tocar en lugares más under y la concurrencia también fue acotada. Recuerdo una fecha en la ciudad de Córdoba con la sala a medias. Varias semanas más tarde llegó a mis manos la reseña de un periodista que había concurrido al concierto y ponderaba nuestra entrega, pero se preguntaba dónde estaría aquel público numeroso de LFC. ¿Acaso ni siquiera sentían curiosidad por lo que tocaba ahora? Yo me cuestionaba lo mismo.
Hasta que comprendí que no necesitaba a quien no empatizaba con lo mío. La ambición nunca fue más allá de colmar una sala pequeña o mediana, como máximo. Si la ley de atracción existe y sirve, tal como se argumenta hoy, entonces seguro fui yo mismo un escollo para el crecimiento de casi todos mis proyectos en solitario.
Un día dejé de tocar. Grabé mi primera ópera rock, Sardinista!, sin la más mínima intención de presentarla en vivo. La compañía discográfica que venía editando a LFC tuvo la consideración de publicar el disco. Debí mentirles en las reuniones previas al contrato ante la pregunta de cuándo lo tocaría en concierto. Les dije que pronto. Sabía que de momento no lo haría.
Disculpas y muchas gracias.
Pocos meses atrás, Pablo Franco, un gran amigo al que le gustan mucho mis discos y shows, uno de los mejores fotógrafos del país y compañero entrañable de sesiones de surf, insistió para que volviera a tocar en vivo. Me convenció y se lo agradezco porque me sacó de cierto letargo. Hoy integran el grupo mis hijos. No es novedad tocar junto a ellos, lo hacemos desde hace mucho y me genera una emoción que trasciende todo lo que pueda decir en palabras. No me presentaría en vivo sin ellos a mi lado. Además, tocamos juntos en Sotana, banda de metal extremo diseñada por mi hijo Jay, creador de todo ese sonido oscuro, violento y lleno de amor. De todos los proyectos musicales que llevamos a cabo los Cianciarulo, Sotana es el que más me gusta. “El under del under”, como nos dijo una vez un legendario cantante de death metal argentino.
Todos aquellos períodos de extravíos, resentimiento, aborrecimiento, trajeron enseñanzas muy positivas. Perderse en términos artísticos allana el camino hacia el reencuentro con uno mismo.
Empecé a sentirme dichoso de haber podido tanto cerrar festivales con LFC como abrirlos, en horarios muy tempranos y sobre escenarios menores, con mi propia banda. Puedo tocar en distintos contextos, gigantes o pequeños, y disfrutar de igual modo. Mi entrega será siempre al máximo. Supongo que poseo el don de adaptarme a las circunstancias, sean cuales sean.
Experimentar lo que da el éxito y también conocer la sensación del fracaso son procesos que humanizan. Me dejan los pies en la tierra y me enseñan quién soy. Hoy no espero nada más que disfrutar profundamente, sin banalizar el goce de estar en un escenario. Que venga quien quiera venir, ya no me importa como antes y me llenó de odio al pedo. He tocado en River y, semanas más tarde, en el Salón Pueyrredón. Siento orgullo de poder atravesar ambas instancias.